8.1.09

2009 (Feliz Año)

16.9.08

Jueves

16.6.08

Peeling


¿Malditismo y videncia? Igual podredumbre de estrecha pintura costumbrista. Interioridades profundas de boutique. Angustias de peluquería.

12.6.08

Epitafio


Sólo dos cosas quiero, amigos,
una: morir,
y dos: que nadie me recuerde
sino porque todo aquello que olvidé.

Eduardo Lizalde

8.6.08

Saudade


Vagos recuerdos de un jardín. Un poco de mucosidad en la memoria.

19.5.08

El Sonido de la Bestia


Antes de Black Sabbath, la palabra heavy (pesado) se había referido más a un sentimiento que a un estilo musical determinado, y en la jerga hippie describía cualquier cosa que fuera intensa y potente. Jimmi Hendrix y los Beatles componían con frecuencia canciones que apuntaban a un break pesado, un puente entre melodías que trataba de unir ideas y emociones en conflicto. El metal en heavy metal o metal pesado aportaba una resistencia férrea a esa lucha, una inquebrantable fuerza temática que aseguraba la tensión y la emoción deinhibida. Como había ordenado Black Sabbath, el heavy metal era un complejo remolino de neurosis y deseo. Dotado de una fuerza inflexible de engañosa sencillez, el género poseía un apetito omnívoro por la vida.

El escritor beat William S. Burrough bautizó a un personaje de su novela Nova Express, de 1964, como "Uranium Willy, el chico del metal pesado". El crítico Lester Bangs, uno de los primeros y más cultos defensores de Black Sabbath, aplicó más tarde ese término a la música. Anteriormente, metal pesado era una terminología bélica del siglo XIX que se utilizaba para describir el poder del fuego, mientras que en química designabaelementos recién descubiertos de alta densidad molecular. Cuando John Kay, de Steppenwolf, autor de la canción Born to be Wild, aullaba sobre el heavy metal thunder, en 1968, sólo describía el rugido de las motocicletas. Sin Black Sabbath, la frase era un accidente poético, la hueca profecía de mil monos aporreando máquinas de escribir en busca de una Biblia.

Ian Christe

8.5.08

Odio


Un flashback. 1996 y aún conduzco la Vitara blanca que supo sobrevivir a varios huracanes y a la caída de un muro decorativo que la debió de haber hecho trizas una madrugada de septiembre. 1996; y allí estoy, en la misma aula de hace varios años ya con mi cara de tiza aspirando el hollín de la enseñanza como quien mira un par de hormigas aplastadas con el culo de un vaso que nunca se pudo llenar. Otros desastres hubo: malas borracheras de chinchorros con billar, palizas literarias de ida y vuelta, zozobras ideológicas entre cervezas robadas a los puestos del festival de Claridad de entonces (gracias a Fidel, por supuesto), y puteros de malísima leche con amigos que después terminaron enclaustrados entre cuatro paredes sin ventanuco bajo las órdenes de un abad. 1996 y el tiempo seduce (la seducción nunca ha dejado de ser la cabronada del otro). Entre las ruinas: la canción que redescubro estos días tras tanto tiempo y me tiende la trampa: Odio, de Lopo Drido; punk que me inoculaba a gusto y gana tras toda falta de respuesta. "Porque somos espejos, / acaso no te cansas de ti mismo". La muy cabrona parece seguir teniendo la misma vigencia hoy. La paso. Putañeramente. Y otra vez: salud!



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